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CON LA SUERTE TATUADA EN LA PIEL

febrero 18, 2009

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Sería injusto de mi parte no reconocer que soy un tipo afortunado. Llevo la suerte tatuada en la piel.  Siempre ha sido así.

El azar está de mi lado. Somos amigos. Estoy entre sus consentidos.  Para muestra, un botón: No hay sorteo múltiple que no me sume a su lista de beneficiados.

Los ejemplos sobran. Son tantos que he olvidado varios. Todos mis empleadores pueden dar fe de ello.

De pequeño «trabajaba» junto a mis padres en la empresa de mis tíos, Joyería Alexander. En la fiesta de Navidad, como dicta la costumbre, siempre realizaban una rifa de premios en efectivo y productos bastante atractiva. Adivinen quién nunca se fue en blanco. Evidentemente, Samir Saba.

La misma historia se repitió durante años en el Listín Diario, en Milenium 103.3 FM y en Multimedios de Caribe (El Caribe y CDN). También en Acroarte (gremio periodístico al que pertenezco). De hecho, hubo un año en que no pude asistir ni a la fiesta de Multimedios ni a la de Acroarte. Estaba indispuesto y aún así salí agraciado en ambos. Para fortuna de muchos,  no me entregaron los premios -usando mi ausencia como pretexto-.

De manera que, como verán, apostar a mí para este tipo de cosas es prácticamente ir a lo seguro. No me pregunten por qué. No tengo idea. Pero lo disfruto a tope.

El viernes pasado corroboré con creces mi dicha cuando, en medio de una actividad de Tricom diseñada especialmente para agasajar a los medios de comunicación en el Día del Amor y la Amistad, Jochy Santos, Tania Báez y Carlos Sánchez me proclamaron ganador de un plasma de 32 pulgadas. Sin duda, el objeto más deseado de la noche.

Y anteayer estuve a punto de ganarme un iPod Shuffle en un concurso organizado para celebrar el cuarto aniversario del blog de Hipólito Delgado.  Que conste que estuve a ley de dos números. Bastante cerca. No gané, pero el resultado tampoco rompe con mi buena racha, pues esa fue la razón por la que especifiqué más arriba que tengo mucha suerte para los sorteos múltiples, es decir, que entregan más de un premio.

Muchos son los que me han aconsejado jugar el Loto, sin embargo, todavía no me he sentido motivado. Creo que eso ya sería demasiado. Quizás algun día trate. Como dicen por ahí: uno nunca sabe.

MI PRIMER CHEQUE

agosto 27, 2008

Todavía recuerdo la emoción que sentí al recibir mi primer cheque. Qué rápido pasa el tiempo. Es increíble. Si hacemos cálculos, de eso hace ya casi ocho años. Fue a principios de octubre de 2000. Editora Listín Diario fue mi primer empleador.

Aunque nunca estuve en nómina, en ese momento acordamos un pago por concepto de «igualas» mensuales. Es decir, no tenía que regirme por un horario de trabajo. Con el destacado periodista y crítico de cine Félix Manuel Lora a la cabeza, William Vargas y yo hacíamos una especie de «crossover» de reporteros a redactores de planta. Pasábamos a formar parte del nuevo experimento de la compañía, la fusión de «Listeen» y «Evasión». Revistas que circulaban los domingos y los viernes respectivamente.

Todavía hoy considero que la iniciativa no fue la más acertada, y que «Evasión» no necesitaba de ella para mantener su nivel de lectoría, sin embargo, tanto William como yo no dudamos ni un segundo en aceptar el reto. Estábamos fascinados con la idea de que luego de varios años colaborando con el Listín a cambio de la «nada despreciable» suma de 100 pesos por cada artículo publicado, por fin no íbamos a tener que seguir cargando con la cruz de recortar nuestros trabajos para posteriormente entregarlos como pruebas para tramitar el pago.

Pero lo más impactante fue cuando vimos el monto de nuestro primer cheque (aquí suenan redoblantes a todo volumen): 5,000 pesos. Wow. Las caras de sorpresa y de felicidad que pusimos ambos es indescriptible. No nos dábamos por nadie. Nunca antes habíamos tenido en nuestro poder una cifra con tantos ceros. No sabíamos qué hacer con tanto dinero en mano.

Los cinco mil pesos fueron determinantes para que entregáramos lo mejor de nosotros al producto en cuestión. Nos llegaron de sorpresa, pero sirvieron de estímulo. El nivel de compromiso había incrementando considerablemente. Nos sentíamos con la responsabilidad de no defraudar a quienes apostaron por nosotros. Y fue precisamente ese espíritu el que contribuyó a hacer del proyecto una realidad. Éramos como una familia.

Es por eso que siempre he criticado a quienes creen que dando sus primeros pasos en la Comunicación, no sólo se volverán famosos de la noche a la mañana, sino que además se harán de dinero. Las cosas llevan su tiempo. Apresurarlas es un error. Uno las valora mucho más cuando surgen a partir del esfuerzo demostrado.

MI PRIMER PREMIO

agosto 18, 2008

A propósito de que casi todos los «bloggers» están sudando la fiebre de participar en el concurso del Listín Diario, recordé la primera vez que me sumé a una de sus convocatorias.

Fue en el año 1994. Apenas tenía 13 años de edad. Era todo un «chamaquito». Para entonces cursaba séptimo u octavo grado (la memoria me falla) y me pasaba días enteros estudiando. No hacía nada más. Era de los que sacaba las mejores calificaciones.

Siempre sentí especial inclinación por la lengua española. Era mi materia favorita. Todo lo que estuviera relacionado a leer los textos asignados por la profesora Antonia, escribir y colocar oportunamente los signos de puntuación me causaba fascinación.

Un buen día me percaté de que dos compañeras de clases (Ferlinda y Laura) estaban leyendo atentamente una página de periódico en pleno curso. Como no era algo habitual, sobre todo tomando en cuenta que luego la recortaron para conservarla, el asunto me despertó curiosidad y me acerqué a preguntarles de qué se trataba. Me comentaron que la revista dominical del diario, Listín 2000, estaba haciendo un concurso literario para jóvenes que consistía en reescribir la historia de «La bella y la bestia».

Evidentemente, tanto Laura como Ferlinda estaban dispuestas a probar suerte. Y así lo hicieron. Aunque de entrada no me animó la idea, luego de un par de días me volví a topar con la publicidad de la convocatoria, y me convencí de seguirles los pasos.

Recuerdo perfectamente que compré el cuento con la mesada que me daban en casa mensualmente. Lo leí varias veces, y dejé fluir la imaginación. Fueron varias tardes y noches las que dediqué a la tarea de creación. Cuando consideré que ya había hecho el trabajo, le pedí a mami que lo digitara con la máquina de escribir de su oficina (sí, las computadoras no eran tan usuales como ahora) y lo envié al Listín sin mayores expectativas.

Semanas después me llegó una comunicación oficial por parte de la prestigiosa editora convidándome a disfrutar junto a un acompañante de la presentación de la obra «La bella y la bestia», en el Teatro Nacional, la cual serviría de antesala para la ceremonia de premiación del concurso esa misma noche.

Lógicamente, respondí la invitación. Me gocé el espectáculo y me preparé mentalmente para la hora cero. No puedo negar que los nervios me consumían. Nunca antes me había involucrado en una iniciativa de alcance nacional. Las categorías pasaban, los nombres sonaban y yo permanecía en mi asiento como un espectador más.

Justo en el momento en que le comenté a mami que ya estaba cansado de esperar, sucedió lo inimagiable: Me declaran ganador del segundo lugar de la primera categoría (que comprendía a concursantes entre 12 y 14 años).

No me lo podía creer. Completamente sorprendido y feliz, subí al escenario principal y recibí mi premio de manos de dos señoras que ahora no recuerdo con precisión y del afamado Eduardo Villanueva. Básicamente era una canasta llena de libros que todavía conservo y otros regalos más divertidos para alguien de mi edad. Todo eso acompañado de un diploma que certificaba mi victoria.

Mi sorpresa se hizo mayor el domingo posterior al día del evento. El teléfono de casa no dejaba de sonar. Amigos de la familia llamaban constantemente para que saliéramos corriendo a buscar el Listín pues me habían escogido para la portada de Listín 2000.

Como era de esperarse, mis padres compraron casi todas las ediciones que encontraron en la calle. Y ese momento sigue vigente en nuestras mentes como uno de los más especiales.

Quién hubiera dicho que cuatro años más tarde Listín Diario pasaría a convertirse en mi mayor escuela profesional. En la responsable de darme la codiciada primera oportunidad. En la empresa que me posicionó en los medios de comunicación y a la que tanto le agradezco. Pero así son las cosas de la vida. Muchas veces impredecibles. Quién quita que ese concurso fuera el empujoncito que necesitaba para convencerme de que lo mío era la labor periodística.