Era un fin de semana de enero. Año 2004. Mi jefe de entonces, el cronista de arte y espectáculos Severo Rivera, me asignó la tarea del día: entrevistar a Julio Iglesias. El artista, considerado uno de los íconos más emblemáticos de la música en español, había manifestado su interés de reunirse con algunos miembros de la prensa local para compartir experiencias de vida y dar a conocer sus próximos proyectos.
El escenario elegido: Su casa en Punta Cana. Toda una sorpresa considerando que siempre se ha caracterizado por ser muy privado. Consciente de que el viaje desde la capital es largo y tedioso, Iglesias se preocupó por cuidar cada detalle. Quería que los nueve periodistas (entre redactores, reporteros y fotógrafos) nos sintiéramos cómodos en todo momento. Y fue así como nos citó a las a las 3 de la tarde, en el otrora Aeropuerto Internacional de Herrera, en el que dicho sea de paso tenía un alto porcentaje de acciones.
Desde allí, partimos en una avioneta súper confortable. Unos 30 minutos bastaron para que llegáramos hasta nuestro destino final.
La casa del padre de Enrique, Chabeli, Julio, y unos cuantos críos más, es impresionante. La recuerdo amplia, muy bien decorada, con varias salas de estar, un área propia en la playa, un estudio de grabación equipado con tecnología de punta, etcétera.
En esa ocasión ni su esposa Miranda ni los hijos que tuvo con ella le acompañaron. El demostró ser un tipo muy afable, atento -nos brindó vinos exclusivísimos- y cómico. A la vez muy exigente con todo lo relacionado a su profesión. Nos mostró en primicia algunas de las canciones que estaba a punto de editar y se confesó amante de esta tierra y sobre todo de su gente.
Tengo muy buenos recuerdos de ese día. Aquí les dejo con dos fotos:
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