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MI PRIMER PREMIO

agosto 18, 2008

A propósito de que casi todos los «bloggers» están sudando la fiebre de participar en el concurso del Listín Diario, recordé la primera vez que me sumé a una de sus convocatorias.

Fue en el año 1994. Apenas tenía 13 años de edad. Era todo un «chamaquito». Para entonces cursaba séptimo u octavo grado (la memoria me falla) y me pasaba días enteros estudiando. No hacía nada más. Era de los que sacaba las mejores calificaciones.

Siempre sentí especial inclinación por la lengua española. Era mi materia favorita. Todo lo que estuviera relacionado a leer los textos asignados por la profesora Antonia, escribir y colocar oportunamente los signos de puntuación me causaba fascinación.

Un buen día me percaté de que dos compañeras de clases (Ferlinda y Laura) estaban leyendo atentamente una página de periódico en pleno curso. Como no era algo habitual, sobre todo tomando en cuenta que luego la recortaron para conservarla, el asunto me despertó curiosidad y me acerqué a preguntarles de qué se trataba. Me comentaron que la revista dominical del diario, Listín 2000, estaba haciendo un concurso literario para jóvenes que consistía en reescribir la historia de «La bella y la bestia».

Evidentemente, tanto Laura como Ferlinda estaban dispuestas a probar suerte. Y así lo hicieron. Aunque de entrada no me animó la idea, luego de un par de días me volví a topar con la publicidad de la convocatoria, y me convencí de seguirles los pasos.

Recuerdo perfectamente que compré el cuento con la mesada que me daban en casa mensualmente. Lo leí varias veces, y dejé fluir la imaginación. Fueron varias tardes y noches las que dediqué a la tarea de creación. Cuando consideré que ya había hecho el trabajo, le pedí a mami que lo digitara con la máquina de escribir de su oficina (sí, las computadoras no eran tan usuales como ahora) y lo envié al Listín sin mayores expectativas.

Semanas después me llegó una comunicación oficial por parte de la prestigiosa editora convidándome a disfrutar junto a un acompañante de la presentación de la obra «La bella y la bestia», en el Teatro Nacional, la cual serviría de antesala para la ceremonia de premiación del concurso esa misma noche.

Lógicamente, respondí la invitación. Me gocé el espectáculo y me preparé mentalmente para la hora cero. No puedo negar que los nervios me consumían. Nunca antes me había involucrado en una iniciativa de alcance nacional. Las categorías pasaban, los nombres sonaban y yo permanecía en mi asiento como un espectador más.

Justo en el momento en que le comenté a mami que ya estaba cansado de esperar, sucedió lo inimagiable: Me declaran ganador del segundo lugar de la primera categoría (que comprendía a concursantes entre 12 y 14 años).

No me lo podía creer. Completamente sorprendido y feliz, subí al escenario principal y recibí mi premio de manos de dos señoras que ahora no recuerdo con precisión y del afamado Eduardo Villanueva. Básicamente era una canasta llena de libros que todavía conservo y otros regalos más divertidos para alguien de mi edad. Todo eso acompañado de un diploma que certificaba mi victoria.

Mi sorpresa se hizo mayor el domingo posterior al día del evento. El teléfono de casa no dejaba de sonar. Amigos de la familia llamaban constantemente para que saliéramos corriendo a buscar el Listín pues me habían escogido para la portada de Listín 2000.

Como era de esperarse, mis padres compraron casi todas las ediciones que encontraron en la calle. Y ese momento sigue vigente en nuestras mentes como uno de los más especiales.

Quién hubiera dicho que cuatro años más tarde Listín Diario pasaría a convertirse en mi mayor escuela profesional. En la responsable de darme la codiciada primera oportunidad. En la empresa que me posicionó en los medios de comunicación y a la que tanto le agradezco. Pero así son las cosas de la vida. Muchas veces impredecibles. Quién quita que ese concurso fuera el empujoncito que necesitaba para convencerme de que lo mío era la labor periodística.

FRASE DEL DÍA#14

agosto 18, 2008

El buen humor es una de las mejores prendas de vestir con las que puede cubrirse nuestra sociedad. (William Makepeace Thackeray)