Erase un sábado por la noche. Mientras la mayoría de la gente de mi edad se preparaba para reunirse con los amigos o su pareja e irse de bonche por horas, yo estaba en casa padeciendo de un aburrimiento inquietante, agudo, sencillamente brutal.
No tenía nada de ganas de quedarme en familia, pero tampoco tenía claro qué podía hacer. Por un lado, me hacía ilusión la idea de ir a ver a Alejandro Sanz en concierto -pero a la misma vez sentía que si compraba la taquilla, no me iba a perdonar semejante gasto durante semanas, quizá meses. Es una especie de nuevo síndrome que sorpresivamente me ataca desde que lidero mi propia compañía-. Y por el otro, pues se me antojaba disfrutar a plenitud de una de mis pasiones: el cine.
Al final, y luego de mucho deliberar con mi «yo», opté por la magia del celuloide. Entré a: www.cine.com.do, y revisé la cartelera. Desafortunadamente, ya había visto varias de las películas y el resto no me llamaba la atención. Justo cuando ya estaba cansado de buscar, encontré la sinopsis de «P.S. I love you».
Confieso que me apetecía ver algo que no me pusiera a pensar mucho. No estaba en ánimos de toparme con dramas profundos o historias gastadas. La trama me pareció bastante «light» y me sedujo aún cuando no había escuchado o visto nada sobre ella. Fue así como en cuestión de minutos me dirigí al Malecón Center.
El guión va así: «Holly Kennedy es hermosa, inteligente y casada con el amor de su vida Gerry. Pero un día, la enfermedad se lo lleva, y con él también se va el espíritu de Holly. Terriblemente triste, la única persona que puede ayudarle ya no está allí. Pero su marido, muy previsor, le ha dejado cartas para guiarla en su camino. El primer mensaje le llega en su cumpleaños número 30. Junto con la tarta recibirá una cinta grabada por Gerry en la que le insiste que salga adelante y lo celebre. A medida que pasan los meses, Holly seguirá encontrando las cartas en los lugares más inesperados». Esa es la manera en que describen el filme oficialmente.
A partir de que Holly (interpretada por Hilary Swank) recibe las cartas, se van sucediendo una serie de hechos que definitivamente mueven las fibras más sensibles de cualquiera. Al menos a mí me tocó.
Hasta ahí todo perfecto. En el preciso momento en que se supone que se conozca el punto clave de la historia, todos los que estábamos en la sala -en pleno suspenso- vimos cómo frente a nuestros ojos la película se desvanecía hasta que finalmente desapareció del todo y se encendieron las luces del recinto.
No podíamos creer lo que estaba sucediendo. De hecho, tengo entendido que no somos los primeros en pasar por semejante situación en una sala de cine local, y tal vez por eso ni yo ni ninguno de los que estábamos allí nos movimos de nuestros asientos con la esperanza de conocer el esperado desenlace.
Los minutos corrían y la impaciencia se apoderaba de todos. Algunos reían hasta más no poder, otros como yo aprovecharon para entretenerse llamando por celular a amigos de confianza a los cuales contarles la nada envidiable anécdota y, como era de esperarse, los demás se quejaban.
Pasó media hora. Seguíamos en las mismas. Fue entonces cuando decidí subir al área desde el cual se proyectan las cintas para preguntar en qué pie estaba parado. Si me iba o me quedaba. Al entrar, vi que la cinta estaba súper enredada y que rodaba por el suelo. Uno de los dos sujetos que estaban trabajando en solucionar el asunto, me dijo que era cuestión de 10 minutos para retomar la proyección. El otro prefirió guardar silencio.
Pasaron los diez minutos y todo seguía en el mismo punto, y lógicamente, la gente comenzó a abandonar la sala.
La verdad es que me molesté mucho. Imagino que no fui el único. Todos sabemos que los accidentes pasan, pero también que el término imprevisto se creó para salir a camino cuando se presentan.
Cómo es posible que no tengan una carta bajo la manga, un plan B, para casos como éstos. Cómo es posible que haya pagado 180 pesos (que por cierto, no me regalan) y que nadie, absolutamente nadie, me haya sabido dar una explicación, o al menos una disculpa, por el incidente. Cómo es posible que no me hayan devuelto mi dinero ante tal falta de respeto.
No es justo. Como verán, nunca supe el final, y la sensación no es nada agradable. Qué más puedo decir. Ok, ya sé: que estoy indignado y que espero que seas lo suficientemente chévere como para que si la llegas a ver, me cuentes en qué paró.